sábado, 19 de enero de 2013

EX NOVIOS


8:15 de la mañana, un día cualquiera. Ella estaba parada en la esquina, como todos los días, esperaba el autobús que le ayudaría a transitar el trayecto finito y le llevaría al trabajo.

Luego de transitar una pocas cuadras, hice una parada más, recogí un pasajero mas. Pudo haber sido cualquier persona, un niño, una mujer, pero era un hombre. Un hombre cualquiera, un hombre común y corriente para todos los pasajeros del autobús. Excepto para ella.

Fue como si se hubiesen estado esperando el uno al otro. Era un encuentro que había de producirse tarde o temprano, y ellos lo sabían, pues hace dos años se conocieron en este mismo autobús.

Los pasos de él eran cortos al principio, buscando una salida, otro camino, pero su conciencia le llevó junto a ella. Deseando pagar alguna deuda, alguna condena.

- ¡Buenos días! ¿Está ocupado?
- No
- ¿Puedo?
- Por su puesto.

Él se sentó y permaneció en silencio junto a ella. Un silencio obligado, como si la corbata le molestara, como si esa misma corbata se encogiese a cada giro de las ruedas del autobús. Le ahorcaba. Miraba el reloj y miraba a su alrededor, como si los segundos se hubiesen esfumado para hacer eterno ese momento. El sudor corría por su cara y su cuello. Todas las palabras hervían en su cabeza mientras se preparaban para dirigirse a su garganta, y le provocaban una respiración pesada al no dejar pasar el suficiente oxigeno para que sus neuronas funcionaran, y le hacían sentir mas calor de lo normal. Un calor que le quemaba las entrañas, un calor que le hacía sentir todas las penas que ella una vez sintió por culpa de él, al haberla dejado.

Ella, por su parte, ahora es fuerte, es bella, se sobrepuso de sus pesares. Volvió a retomar el apetito luego de varias semanas de que él la dejara; se había curado de ese mal de amor al que sin razón alguna él, una vez la condenó. Sin una explicación, sin un adiós, sin un porqué. Solo porque sí y nada mas. Todo ha quedado en el pasado, para ella ya no hay sufrimiento ni rencor, sino, solo una vida por delante, como la carretera a este autobús que conduzco.

Los minutos pasan, sin embargo, para él el momento es eterno. Su cuello no soporta un movimiento mas, sus ojos parpadean, queriendo tener alas para volar y no tener que mirarla a los ojos, a esos ojos que una vez lloraron hasta enrojecer por su culpa. El sudor de sus manos le ha obligado a sacar el pañuelo que otra le había regalado.

Ya se decide. Algo le dirá. Se acerca la mano con el pañuelo a la boca. Tose.

- ¿Dime como has estado? Él pregunta.
- ¡Chofer parada! Ella exclama. – Permiso caballero, aquí me quedo.

Y se fue, y lo dejó allí. Atragantado de palabras, de excusas, de preguntas sin sentido, pues a ella, ya no le interesaban.

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